El otro día me contaron la peor primera cita del mundo.
Fue en una islita de Camboya que se parece bastante al paraíso.
Resulta que había un francés, de mirada penetrante y pasado abultado, medio solitario y medio malentendido.
Hasta que conoció a una mujer.
Ella le gustó.
Ella le gustó demasiado.
Entonces quiso impresionarla, desplegar sus mejores plumas.
“Vamos a hacer esto,” le dijo el francés. “Te paso a buscar con mi bote y te llevo a una islita de ensueño. No hay nada ahí. Sólo vos y yo.”

Ella aceptó, encantada.
Y él la llevó, galante, a través de aguas turquesas hacia el paraíso.
Resulta que había algo en la isla.
Un mono.

Un mono hambriento.
Hambriento es poco.
No había llovido en meses y los insectos desaparecieron y los frutos se secaron.
No.
No era un mono hambriento.
Era un mono desesperado.
Un mono desesperado que saltó al bote y empezó a atacar al francés.
Jodido.
Lo mordió.
Lo rasguñó.
Lo persiguió por acá y por allá hasta que el francés se encerró, sangrando, en el baño.
Y por baño me refiero al baño de un bote.
Un cubículo pedorro de medio metro por medio metro, con una puertecita cualunque.
Una puertecita cualunque que el mono pateaba y golpeaba una y otra y otra vez, gritando.
De puta casualidad el francés tenía su celular en el bolsillo.
Llamó y pidió ayuda, rogando, llorando.
Vino el ejército a socorrerlo.
El ejército.
Lo rescataron y lo tuvieron que internar.
Se pasó una semana en una camilla, todo vendado, con suero.
Con heridas que le van a quedar de por vida.
Pero eso no es todo.
Su desgracia se desparramó de bar en bar, escoltada por risas.
Y la islita paradisíaca donde el amor iba a florecer se pasó a llamar “Mono Furioso.”
Cada vez que alguien pregunte por qué se llama así, van a desempolvar la tragedia del francés entre carcajadas.
Del francés de mirada penetrante y pasado abultado, medio solitario y medio malentendido, que pudo haber tenido la mejor primera cita del mundo pero no.
Todos van a reírse y a considerar que sus fracasos amorosos no fueron nunca tan rotundos ni tan legendarios como para nombrar a una isla.
Van a inflar el pecho, confiados.
Y van a preguntar, de pasada, sobre la colilla de la carcajada, acerca de la mujer.
Qué pasó con ella.
Está con él.
Ella está con él.
Van a entender que alguien, incluso en la peor cita del mundo, pudo encontrar el amor.
Van a atragantarse con un silencio.
Y van a pedir otro trago.
1 comment